miércoles, 30 de diciembre de 2015

2. LA INTERPRETACIÓN DE JESÚS POR LA IGLESIA


El mismo Jesús predicó el reino de Dios, es decir, más exactamente, el reino de aquel Dios al que Israel conocía como su creador y Señor de la alianza y al que Jesús, en un sentido completamente nuevo, único, llamó su Padre.

El Padre era el misericordioso, que se puede y debe imitar, que hace salir el sol sobre buenos y malos. El Padre era el que perdona, si acogemos a su Espíritu en nosotros y perdonamos también a los que nos ofenden.

La Iglesia  no hace otra cosa que asumir la predicación de Jesús, para redondear, a partir de la cruz y la Pascua, la Palabra de Dios ahora consumada y para hacer así explícito a Jesús, que hasta entonces aparecía sólo implícitamente en la doctrina sobre Dios.

En la predicción el protagonista sigue siendo el Padre que por la Encarnación, la muerte y la resurrección de Jesús demuestra al mundo la reconciliación que se ha producido ahora.
Dios es el amor, y no hay ninguna prueba de esto sino que Dios entregó a su Hijo único por el mundo, por nosotros.
La Iglesia no predica a un Jesús aislado, sino al Dios del amor


Toda teología de Dios, de Cristo, de la Iglesia, de sus sacramentos y, finalmente, del hombre y del mundo en general es siempre sólo aproximación a la Palabra, que en el principio estaba en Dios, que era también Dios, que se hizo carne y en la que Dios se ha revelado, dando gracia sobre gracia. 

Toda reflexión y expresión de la Iglesia sobre Dios debe ser en todo momento sólo motivo para la oración, para la adoración postrada, en la que confesemos que la majestad y la condescendencia misericordiosa de Dios son siempre más grande de lo que nosotros podemos concebir.


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