Las primeras palabras de la
predicación de Jesús en san Marcos, que resumen todo lo siguiente, dicen así:
“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en
El”
Para Jesús, la meta de la
conversión del hombre es que para él, en lugar del juicio por los pecados, el
anuncio gozoso es éste: el reino de Dios está cerca, y tú estás invitado a
entrar en él.
Para Jesús sus palabras, sus
obras y todo su ser son completamente inseparables de su mensaje.
Jesús es como una palabra
que hay que pronunciar hasta el final, para que se pueda entender. Realmente,
una palabra de tres sílabas: vida-muerte-resurrección.
Únicamente después de la
última sílaba, la resurrección, podrán comprender los discípulos toda la
Palabra, y entonces la cercanía del reino se habrá transformado en un haber
venido total.
En el Antiguo Testamento,
Dios había dicho muchas palabras. Pero, en Jesús, la Palabra se hace carne, es
decir, Hombre.
Sus discursos y sus obras,
su pasión y su ser como hombre es la Palabra última y que lo sintetiza todo,
que Dios tiene que decirnos.
El anuncia al Padre a cuyo
servicio se entrega completamente, con todo su ser, en Juan dice “He
bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha
enviado”
San Juan no hace más que
transmitir lo que estaba claramente presente en los Sinópticos y en la
predicación más antigua de Jesús. Jesús exige, pues, desde el principio la fe
en él.
Dios como amor trinitario,
absolutamente en sí mismo, y esto demostrado al mundo mediante el envío del
Hijo y su entrega por todos nosotros hasta la muerte
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